Davina | Capítulo 11

26.3.16


—¿Qué te parece si empezamos con una visita a los piratas? —sugirió Bobb— Siempre quise conocer a uno…

—No creo que sean muy amables, Bobb —comentó Nico.

—Creo que en pocos reinos lo serán, Nico, y dudo mucho que se encuentre de nuevo en su reino, por lo que para empezar, no está nada mal. ¿Preparados?

Ambos movieron la cabeza de manera afirmativa y nos dirigimos hacia la puerta con el cartel que anunciaba que entraríamos al Reino de los Piratas. Sin embargo, antes de colocar la mano sobre el pomo, pensé en el motivo por el que mantendrían la puerta de entrada a esta sala cerrada con llave. ¿Qué ocurriría si la gente no autorizada lograra acceder? ¿Las puertas de los reinos se cerrarían también a cal y canto, o ya lo estaban de por sí?

—¿Abres tú o lo hago yo? —Nico parecía impaciente.

—No, no, lo hago yo —respondí, esbozando una sonrisa.

Al fin toqué el pomo de la puerta y, dubitativa en principio, pero segura después, empujé y cedió. Me sorprendió descubrir que ante nosotros no se extendía un amplio llano, ni siquiera el ancho mar. Solo había oscuridad, por lo que tuve que suponer que se trataba de una especie de pasillo que nos conduciría hacia algún lugar del reino.

—Vamos.

El eco del lugar me sobresaltó, pero no me eché atrás. Caminé la primera, seguida por Nico y Bobb, aunque no supe exactamente el orden en el que avanzaban. Y a medida que parecíamos acercarnos a una mínima luz que penetraba por algún orificio, más lejos parecía que se encontraba la salida.
O tal vez la vista me jugaba malas pasadas.

Y entonces una luz cegadora nos envolvió durante unos segundos. Cerré los ojos y solo los abrí cuando Nico indicó que podíamos abrirlos. Supe entonces que no había sido la única en hacerlo.
Lo primero que vi fue un extenso mar extenderse ante nosotros. Miré mis pies, que estaban sobre hierba verde y fresca –por el olor a humedad que entraba por mis fosas nasales–, y luego observé a mi alrededor. Todo era campo, no había ninguna casa, ningún edificio.

—Me parece que ahora estamos todos en igualdad de condiciones ¿no? —comentó Bobb.

—Yo creo que sí —dijo Nico—. No solemos viajar entre reinos, siempre tendemos a permanecer en el nuestro porque nunca nos planteamos ir en busca de nuevas aventuras. Además, los tres reyes a los que mis compañeros y yo servimos tienen un reino del que ocuparse y de varias dimensiones que visitar, por lo que es normal que no conozca el terreno que estamos pisando.

—Pues yo creo que sí que podría estar un poco más en ventaja, pero tendría que asegurarme.

Sonreí y ambos me miraron sorprendidos.  Si estaba en lo cierto, aquellos reinos se regían por lo sucedido en los libros que había leído, salvo porque había muchos detalles que desconocía. Como, por ejemplo, en el caso de Bobb. 

—Tendré que esperar para confirmarlo, pero yo creo que algo podremos hacer. Por el momento ¿qué os parece si vamos avanzando? ¿O queréis quedaros aquí, sin más? —añadí.

—No, no. Será mejor que avancemos, el tiempo es oro —respondió Nico.

Anduvimos durante minutos, quizá horas, sin un rumbo fijo y sin encontrar a nadie por el camino que pudiera ayudarnos. En cierto momento llegué a pensar que toda la vida sería en el mar, por el reino en el que estábamos, pero pronto aquella idea se difuminó al divisar a lo lejos una especie de pueblo. Empecé a correr sin mirar si mis acompañantes me seguían y me detuve cuando tuve a unos metros la entrada.

—No sé si sea buena idea intentarlo, chicos… —comenté, con un mal presentimiento.

—Pero si no lo intentamos, no conseguiremos encontrar al monstruo. Y esa es nuestra prioridad ¿no? —replicó Bobb.

—¿Cómo sabes tú lo del monstruo? —pregunté, girándome sobre mí misma para mirarle.

—Fui a hablar con el Oráculo ¿recuerdas? —Me guiñó un ojo.

—Es verdad —respondí, relajando los hombros—. Y creo que tienes razón, deberíamos intentarlo. De todas formas, si estamos en peligro la pulsera nos avisará.

Dicho aquello, miré la pulsera de mi muñeca, que no emitía ninguna luz roja que pudiera alertarnos de algún peligro. 

—Entonces ¿qué? —preguntó interesado Nico— ¿Continuamos con el viaje o nos quedamos aquí?

Como respuesta, avancé dos pasos hacia delante. Cuando ambos se animaron a seguirme, entramos los tres juntos en el pueblo con la certeza aún de que algo oscuro nos esperaba en aquel lugar. 

—♦♦♦♦—

Los habitantes del Reino de los Piratas habían resultado ser mejores de lo que yo pensaba. No todos tenían el afán de robar de los piratas y los ladrones, sino que también existían las buenas personas que harían lo posible por salvar al resto de las zarpas del monstruo. Algunos también eran misteriosos, pues guardaban celosamente sus secretos cuando desconocidos pasaban por su lado; y estaban aquellos que parecían malhumorados todo el tiempo.

Aquel sitio me maravilló de tal forma que no me hubiera importado tener que quedarme allí mucho tiempo. Sin embargo, sabía que mi misión era atrapar a un monstruo y no disfrutar de las vistas de todos los reinos. Pero si no aprovechaba en ese momento ¿cuándo podría hacerlo? Una vez que lo atrapáramos y lo devolviéramos a su reino, no estaba segura de poder regresar.

Nos hospedamos en una taberna del pueblo, la única que había, mientras hacíamos nuestras investigaciones. El tabernero parecía un hombre amable, pero estricto con sus parroquianos. No dejaba pasar ni una estafa, ni una pelea en su local. Por lo que nos había contado mientras nos daba las habitaciones, todas las noches se llenaba de gente que iba a beber, a jugar o a contar sus historias —algunas reales y otras no—. Generalmente, solían ser hombres los que frecuentaban aquel lugar.

Parecía que estábamos metidos en un videojuego de rol, o en una de esas novelas fantásticas que ya había tenido la oportunidad de leer. Y en cierta forma era así ¿no?

—Bien ¿por dónde empezamos? —dije cuando el tabernero nos dejó solos ante nuestras habitaciones.
—No podemos hablarlo aquí, en medio del pasillo. ¿Y si hay alguien tras alguna de las otras puertas espiando? No sabemos si la taberna tiene a más gente hospedada —susurró Nico.

—Pues venid a mi habitación. Soltad vuestras cosas y nos vemos en cinco minutos en la mía —A continuación, bajé la voz para que solo ellos me oyeran—. Llamad tres veces con una pausa de dos segundos entre cada toque. ¿Entendido?

Ambos asintieron y cada uno nos fuimos a nuestra habitación. Tras cerrar la mía, apoyé la espalda en la puerta y mis pensamientos viajaron entre los recuerdos recientes en el palacio del Oráculo. Aún no podía creer que Bobb y yo hubiéramos estado a punto de besarnos. «¿Quién me hubiera dicho al principio de este viaje que acabaría sintiendo algo por aquella extraña criatura? ¡Y pensaba que solo me iba a deslumbrar Nico! Y resulta que al final…». Mis pensamientos se vieron interrumpidos por un toque en la puerta, que tras dos segundos fue acompañado por otro, y tras otros dos segundos, otro toque. Me separé, intenté serenar mis sentimientos y abrí la puerta. Al otro lado encontré a Nico y a Bobb con una expresión misteriosa en el rostro. O al menos, eso es lo que mi cerebro interpretó. Ambos entraron sin mencionar palabra y solo hablaron cuando se aseguraron de que la puerta estaba bien cerrada.

—¿Por qué tanto misterio? —pregunté, entre curiosa y preocupada.

—Hemos visto algo sospechoso en el pasillo mientras nos reuníamos ante tu puerta —respondió Bobb.

—Sí, aunque la pulsera no emitió luz roja alguna, no lo entiendo… —divagó Nico.

—¿Tenéis idea de quién puede ser? —pregunté— Porque no creo que se tratara de un monstruo… del monstruo que estamos buscando ¿verdad? 

—Que va —respondió inmediatamente Bobb—. ¿Tenemos alguna certeza de que pueda cambiar de forma? Porque entonces podría cuadrarme… pero, en cualquier caso, hubiera brillado la pulsera ¿no?
Ya no sabía qué pensar. Si el monstruo podía disfrazarse ante los demás ¿la pulsera también lo captaría? Y si no tuviera intenciones de hacernos daño ¿brillaría o no? No sabía si fiarme mucho de aquella pulsera.

—Escuchadme bien —Volví a hablar—. No podemos permitir que esa bestia nos descubra antes de tiempo.

Por primera vez, me sentía líder de un grupo bastante peculiar. Un Antrass, un paje real y una adolescente que no parecía querer marcharse de aquel mundo que cada vez le apasionaba más conocer. Una adolescente que, sin lugar a dudas, estaba empezando a sentir algo muy fuerte por un ser de la tierra. ¿Quién me lo hubiera dicho antes de empezar aquel maravilloso viaje? 

—¿Y qué sugieres que hagamos? —preguntó Nico, adelantando un paso hacia mí.

Me crucé de brazos y les di la espalda observando la pared que anteriormente había tenido detrás. No había nada que admirar, solo el típico color blanco que ya había visto demasiado en las paredes de algunas viviendas de París. Me sorprendí de lo poco que extrañaba esa vida sin motivaciones.

—¿Qué os parece si vigilamos al sujeto en cuestión e intentamos registrar sus cosas en busca de…?

—¿Algo sospechoso?—intervino Bobb.

—¡Exacto, Bobb! —exclamé y volví a girarme para mirarles.

Él me dedicó una sonrisa que me hizo estremecer.

—Chicos, chicos —dijo Nico, llamando nuestra atención. Entonces me percaté de que nos habíamos quedado mirando durante un buen rato—. Este no es un buen momento para vuestras cosas.

Sentí el rubor en mis mejillas y aparté mi mirada de la de Bobb.

—Tienes razón —afirmaron mis palabras—. No es el momento ni el lugar —Cambié entonces de rumbo, de nuevo, la conversación—. ¿Está claro lo que vamos a hacer?

Ambos asintieron. Fui hasta la puerta y la abrí con sigilo. Al ver que no había nadie, salí al pasillo e invité a mis compañeros a hacerlo también.

—Primero —dije en voz baja— tenemos que intentar informarnos con el tabernero para saber qué tipo de inquilinos tenemos como vecinos.  No creo que tenga una política de privacidad como las que hay en mi mundo…

—Estoy seguro de que no —aseguró Nico.

Bajamos las escaleras y nos acercamos a la barra. El nerviosismo se apoderó de mí en cuanto vi al hombre rechoncho en la barra limpiando algunas jarras de cerveza. Bobb agarró mi mano con seguridad y eso calmó la incertidumbre que parecía querer apoderarse de nosotros. Nos miramos a los ojos y encontré en los suyos la tranquilidad que necesitaba. Respiré hondo antes de llamar la atención del hombre, que de por sí ya nos miraba.

—¿Qué desean los forasteros? —preguntó el hombre.

—Eh… —Empecé a decir yo.

—Fred —dijo él, anticipándose a mi pregunta.

—Bueno, Fred, ¿podría proporcionarnos cierta información que necesitamos?

—Depende del tipo de información que sea y de lo que vayan a pagarme por ella.

No me lo podía creer. El tabernero resultó ser bastante más listo de lo que parecía.

—Se trata de uno de los inquilinos, el de la habitación… —Empecé diciendo, pero Nico me interrumpió.

—Uno que acaba de salir hace unos minutos y llevaba los ojos rojos.

El tabernero abrió los ojos simulando sorpresa, pero yo no llegué a creerlo del todo. Sin embargo, su sorpresa solo duró unos segundos. 

—¿Están seguros de que tenía esa característica? —preguntó más calmado Fred—. No solemos ver por aquí a nadie con los ojos rojos, y no recuerdo a ningún inquilino con esa característica peculiar.

—Muchas gracias de todas formas, Fred —agradecí y saqué a rastras de la taberna a Nico y a Bobb.

Cuando salimos de aquel lugar y estuvimos en lo que consideré un lugar seguro para hablar, les dije:

—Está mintiendo. Por mucho que hayáis exagerado lo de los ojos, pues no estuve con vosotros para ver que fuera así, él se sorprendió de que lo viéramos. ¿Y si es cómplice de esa… criatura? Aunque no sea la que buscamos. En este reino puede haber cualquier espectro. O eso, o la pulsera no funciona tan bien como pensábamos.

No podía imaginarme que hubiera también espectros por los que pudiéramos preocuparnos, pero si esa criatura de antes no era una amenaza para nosotros, poco debía importarnos su presencia. Aunque algo me decía que guardaba relación con el monstruo que estábamos buscando.

—¿Por qué no hemos insistido entonces? —preguntó Nico con una aparente tranquilidad que me sorprendió.

—Porque no merece la pena ponernos en evidencia, sobre todo cuando ese monstruo puede que ni siquiera sepa que ya hemos empezado con la búsqueda. ¿No creéis que sea más fácil guardarnos las preguntas para las personas adecuadas? Me da la sensación de que Fred no es de fiar —respondí, y tuve que recuperar un poco el aire tras las pocas veces que hice pausas en mi respuesta.

Durante todo ese tiempo, Bobb permaneció callado, con aire pensativo. No sabía qué pensar y supuse que él tampoco lo sabría. Volvió a asaltarme la imagen de nuestro casi beso en el Reino Polar. Ese beso que, de no ser por Nico, tal vez se hubiera producido. Cuando me di cuenta, mi cuerpo temblaba sin que yo misma le hubiera dado permiso para ello.

—¿Estás bien? —preguntó entonces Bobb, preocupado tal vez por el aspecto que presentaba mi rostro.

No me había visto en ningún espejo, pero supuse que algo debía haberse reflejado en mi cara para que él lo hubiera dicho.

—Sí.

Y en lugar de la voz segura, fue un hilo de voz lo que salió a través de mis labios. Nico no comentó nada al respecto, sino que se mantuvo a la espera, en silencio. En el fondo estaba casi segura de que deseaba que resolviéramos nuestra situación de una vez, y en parte yo quería lo mismo. Sin embargo, siempre llegaban las dudas y mis pensamientos no dejaban de jugarme malas pasadas. Ni siquiera sabía qué concepto del amor tenían los seres de la tierra, ni si se enamoraban o solo sentían amor por todo lo que tuviera vida. Pero de ser así, no entendía entonces su excesivo interés en mí. Interés romántico. Algo dentro de mí me decía a gritos que él sentía lo mismo, entonces ¿por qué me resistía a creerlo?

Porque necesitaba que él me lo confirmara.

—No sé si creerte —dijo Bobb.

Y se acercó un poco más a mí para tomar mi rostro con sus manos. De nuevo, mi cuerpo volvió a temblar, esa vez debido al contacto de mi piel con su piel. Me miró a los ojos e hizo lo posible porque yo hiciera lo mismo. Aunque no tuvo que hacer mucho, yo siempre estaba dispuesta a mirar aquellos ojos tan penetrantes que tenía. Oí pasos a nuestro lado. Intuí que sería Nico dejándonos algo de privacidad, cosa que agradecí en silencio.

—Dime ¿ocurre algo que deba preocuparme?

—No, o al menos no debería —respondí y, seguidamente, mordí mi labio inferior con fuerza.

No soportaba tanta cercanía y no poder hacer lo que tanto deseaba. ¿Le ocurriría lo mismo a él?

—¿Por qué no? —insistió.

—Pues porque a ti no debería importarte un pimiento lo que me pase ¿no? Sí, que soy la elegida, pero no tienes por qué preocuparte por mi estado emocional. Aunque eso pueda poner en peligro mi misión…

Bajé la mirada un segundo. No estaba segura de que estuviera bien hablar sobre mis sentimientos en ese momento. Aunque si preguntaba, no podría resistirme más. Y más aún sin la presencia de Nico cerca de nosotros.

—Pues me preocupo. Claro que me preocupo, Davina. Fui yo quien te fue a buscar a la Tierra y quien, de los que aquí estamos, tiene más contacto contigo. Sobre todo emocional. No puedes pretender que no me preocupe por ti. No puedes.

A pesar de sus palabras, su tono de voz reflejaba una tranquilidad que, para nada, se hallaba en mí.

—¿Por qué no? —En ese momento fui yo quien lo preguntó.

—Porque me importas demasiado.

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